Se supone que la autora Agatha Christie dijo una vez: “Dame la botella de veneno adecuado y construiré el crimen perfecto”.
Agatha Mary Clarissa Miller, o como todos la conocemos, Agatha Christie, no solo fue una escritora de novelas policíacas con éxito. Era la escritora por antonomasia del género de misterio, la reina del crimen que más reconocimiento llegó a tener en su época.
Corría el año 1971 cuando Agatha Christie recibía de manos de la reina Isabel II de Inglaterra, la Orden del Imperio Británico. Dicha distinción no era por casualidad, se lo ganó con sus más de 80 novelas policiacas, 150 cuentos, 6 novelas románticas, 14 historias cortas y otras tantas obras de teatro, que enganchaban a millones de lectores. En su momento llegó a ser más traducida si cabe que el mismísimo William Shakespeare.
Sus historias plagadas de crímenes y asesinatos son reconocidas internacionalmente. A día de hoy, uno de los personajes de su primera novela, Hércules Poirot, es uno de los investigadores más famosos de la historia de la literatura.
Agatha Christie nació en el seno de una familia de clase media alta en Torquay, sur de Inglaterra. A muchas personas le sorprenderá saber que de pequeña tenía problemas con la escritura. De carácter tímido y retraído, finalmente se refugió en la literatura para no tener que exponerse al público. Era el medio a través del cual mejor se sabía comunicar.
Admitió que no sabía nada de balística, pero usaba venenos con un alto grado de precisión. En el transcurso de su carrera mató a cientos de personajes: por ahogamiento, por apuñalamiento y la mayoría por envenenamiento. Su arma preferida para el crimen era química, más que física.
Podríamos decir que Mrs. Christie fue pionera en los crímenes -ficticios- por envenenamiento. Era experta en la materia y su familiaridad con estas sustancias estaba arraigada en la experiencia de la vida real.
La pasión oculta de Agatha Christie por los venenos
Lo que más influyó en la joven Agatha Christie a la hora de escribir fue su trabajo en un hospital de Torquay que le daría la oportunidad de acercarse al mundo de la farmacología.
Allí fue voluntaria durante la Primera Guerra Mundial y se formó como asistente de boticario. Acabaría siendo destinada a la farmacia del hospital en donde surgió su extraña pasión por las sustancias químicas peligrosas y sus usos “indebidos”. Absorbió todo lo posible sobre el uso y los efectos de dichas sustancias y los venenos que en aquella época se manejaban en las boticas.
En su primera novela, El Misterioso caso de Styles, la asesina usó estricnina, que, como el arsénico, todavía tenía un uso médico al comienzo de su carrera como escritora.
«Fue cuando estaba trabajando en el dispensario cuando concebí la idea de escribir una historia de detectives. Debido a que estaba rodeada de venenos, tal vez era natural que la muerte por envenenamiento fuera el método seleccionado», señaló Christie en alguna entrevista.
Durante la II Guerra Mundial volvió a trabajar como voluntaria en la farmacia, esta vez en el University College Hospital en Londres, y continuó avanzando con su entrenamiento. Estos conocimientos prácticos junto con una serie de estudios teóricos, -nunca dejaba de formarse al respecto-, la llevaron a ser experta en la materia.
Consecuencias inesperadas
Christie se mostró comprensiblemente horrorizada cuando un asesino del mundo real hizo uso de uno de sus brebajes ficticios.
A principios de 1970, un trabajador de una fábrica británica mató a dos de sus compañeros de trabajo dosificando su café con talio, «una sustancia insípida, soluble y altamente tóxica que nunca antes se había usado en humanos como veneno en Gran Bretaña. Sin embargo, había sido el arma homicida en su libro El Misterio de Pale Horse.
El autor y profesor de farmacología Michael Gerald cataloga los venenos favoritos de Christie y sus implementaciones más efectivas en su libro de 1993, The Poisonous Pen of Agatha Christie.
Otro libro que habla de la relación de la escritora con los venenos es “A, de Arsénico”, de Kathryn Markup. Harkup relata un caso ocurrido en 1977 en Francia en el que un sujeto mató a su tía con gotas para los ojos que contenían atropina, un compuesto altamente tóxico.
Según el policía que investigó el suceso, se encontró una novela de Christie en el apartamento del asesino con pasajes subrayados en los que se hablaban sobre veneno.
Pero no solo hubo hechos trágicos asociados a sus altos conocimientos de toxicología. También fue reseñada por Pharmaceutical Journal, una de las publicaciones científicas de la época, reconociendo su alto conocimiento de la materia.